Bajo el manto estrellado, Clara suspiró, sus ojos reflejaban tormentas. El peso del sacrificio colgaba de sus hombros cuando depositó dos pequeñas maletas en el andén. Sus hijos, inocentes, miraban con ojos llenos de preguntas.
"Es por vuestro bien", murmuró Clara, ahogando un sollozo. Los vagones silbaron su triste despedida, llevándola lejos. La estación se sumió en un silencio roto por el eco de corazones quebrados.
Años después, un sobre llegó a la puerta de sus hijos. Cartas llenas de amor, escritas en las noches solitarias de Clara, narraban su lucha silenciosa. El sacrificio que tejió un futuro prometedor para aquellos que, en su momento, no entendieron.
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